Y qué tuvo de extraño? Para empezar, que libraba. Para terminar... todo lo demás.
Viernes tarde.
Todavía algo somnolienta tras el rodaje nocturno, recibo una llamada de Garra diciéndome que una compañera de su plató dice ser la dueña de un bar inglés en mi misma calle y da una fiesta para los compañeros de nuestros estudios. Nos preguntamos si se tratará del bar del azulejo-padre. Hay un bar de suelo catalán (hidráulico), con zócalo de madera en blanco y ventanas inglesas (pero de pino) a escasos metros de mi casa. Fuimos una vez, pensando que era un pub irlandés (tenían una pantalla gigante con un concierto de U2). El color rosa fuerte de las paredes debía haber sido una pista. Y los cuadritos fotocopiados de supuestos carboncillos. Y las sillas Luis XV. Pero fue el camarero el que nos sacó de nuestro error: "esto es un bar inglés", dijo muy serio. "Ah, entonces qué cerveza tenéis?" "Sólo Estrella", respondió. Nos preguntamos entonces si el dueño habría estado alguna vez en un bar inglés, es decir: maderas oscuras en ventanas y mobiliario, paredes empapeladas en tonos sobrios, iluminación tenue y moqueta polvorienta, por no hablar de la gran variedad de cervezas que los caracteriza. Tiene, además, la decoración de este bar peculiar un azulejo gigantesco en el centro del techo, pintado, como formado por varios azulejos a modo de puzzle de baldosa hidráulica, al que yo bauticé como "azulejo padre". Pues hete aquí, casualidad de casualidades, que sí se trataba de este alegre bar, que sí era de una compañera (y de su novio, con el que Garra estuvo a punto de meter la pata hasta el pescuezo) y que sí había fiestorro.
Corrían la cerveza (estrella, sí) y el alcohol regando nuestra diversión hasta que Garra perdió su bolso. Ella le había dado nuestras chaquetas junto con su bolso a la dueña del bar, quien amablemente lo guardó todo en el almacén. Cuando Garra y StrayCat decidieron marcharse le pedimos las cosas a la sra dueña (en adelante, la dueña) y allí estaba todo menos el bolso. Se inicia entonces la tarea de búsqueda en el almacén, el en bar, en la barra, en las sillas y bajo las sillas, vuelta al almacén. Miramos tras el congelador donde estaban las chaquetas. Nada. Yo invito amablemente a los chicos a pasar la noche en mi casa. Y entonces ocurre el milagro. Alguien ha tenido la genial idea de mirar donde nadie había pensado siquiera que pudiera estar el bolso. En el congelador... Garra recoge contenta su bolso lleno de escarcha y se lleva a StrayCat (una pena porque me estaba divirtiendo con sus vaciles). Yo me iba a ir, pero luego no. Me convenció una amiga de Garra (tampoco se tuvo que esforzar mucho). Y cargué con el borracho del bar lo que restó de noche. Así es como conocí a algunos vecinos (el borracho, su amigo y un coreano del sur que resultó ser del portal de al lado) y llegué a casa a las cinco y media amenazando al amigo del borracho con llamar a la policía (un pulpo baboso con halitosis y un gusto espantoso para elegir polos).
Sábado tarde.
Es el día que Michael me había invitado a un cumpleaños inglés y/o concierto senegalés en la sala Clamores. Como me levanté a eso de las 14:30 y el cumple era, según Michael, a las cinco y veinte, decido que voy directamente al concierto. Además, tengo yo un trauma con las fiestas inglesas que no sé si se debe al choque cultural o a que he dado con lo más friki de la isla. Quizá por ese mismo choque, o porque York está cerca de Escocia, la entrada al concierto me la tuve que pagar yo. Afortunadamente (así tengo testigos) Uma se unió a nosotros.
El concierto estuvo bien, con sabor a fiestas de pueblo y sonido de verbena. Nos echaron del garito tras el concierto y fuimos a tomar algo a Malasaña. Recordamos viejos tiempos y nos asomamos a ver si seguía existiendo el Diplo. Está, pero con otro nombre y sin leche de brontosaurio (supongo). Nos acogieron en un pequeño restaurante y nos obsequiaron con una tapa de pollo al curry. Michael no lo probó porque no come carne. Chopitos sí come.
Cerraban el restaurante y fuimos a ver qué se cocía en La Vía Láctea. Subí por primera vez al piso de arriba y, mientras Uma iba a por una cerveza, vi a Dani Mateo, solo, junto a una gramola destrozada. Y se me olvidó decírselo a Uma. Nos sentamos en un rincón y Michael se sacó una mandarina del bolsillo y se la comió ante nuestros atónitos ojos. Después se durmió. Dani Mateo se asomó a nuestro rincón y se fue, Uma reaccionó cuando se lo dije. Sí, verdad?, dijo, a mí también me había parecido que era él. Sólo que ahora que es famoso... a ver cómo se le entra. Nos echaron a patadas de La Vía, despertaron a Michael sin delicadeza alguna y nos sentó muy mal esa brusquedad a la hora de desalojar el local. Cómo cambian los tiempos. Volvimos a casa. Michael y yo compartimos taxi. Le dejé cerca de su casa y se despidió con un "nos mantenemos en contacto".
Domingo tarde.
Algo perjudicada me enfrento a una comida familiar, sin saber aún que se presentarán (sin avisar) familiares del pueblo que, sin cortarse un pelo, dicen que van para cotillear, para conocer a las novias de mis hermanos. Se indignan, además, porque la abuela, de 90 años, no les ha preparado la comida (¿?). También se pasa a vernos otra tía con su hija y los niños de ésta (mucho más discretos y educados), juntándonos, inesperadamente: la abuela nonagenaria, los tíos y tía, la prima, los niños ucranianos, las novias, los padres, los hermanos, los niños y el perro. Como dijo mi hermano D. a su novia: "nos teníamos que haber traído los gatos". A lo que mi otro hermano replicó: "y nosotros el bonsai".
Yo, como dice una antigua compañera de rodaje, vengo al trabajo para descansar.