Después de los hippies y justo después de los yuppies, llegamos los jasp (término acuñado por una campaña publicitaria de renault) dispuestos a comernos el mundo. La generación de Barrio Sésamo, de naranjito, Starsky y Hutch y el balón prisionero se convirtió en la generación mejor preparada de la historia de nuestro país. Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados.
Estudiamos idiomas, fuimos a la universidad, nos manifestamos y defendimos nuestros estudios ("batas blancas" en la UAM), asistimos a innumerables cursos y seminarios, terminamos la carrera, seguimos estudiando y fuimos a engrosar las listas del paro, que contaban por aquellos años (1992-95) con tres millones de parados, la mayor cifra de nuestra historia. Formamos parte entonces de la economía sumergida, ahorramos para estudiar en el extranjero. Volvimos y seguimos ocupando nuestros puestos de parados sobradamente preparados. En más de una entrevista de trabajo me dieron esa razón para no aceptarme: está Vd. demasiado preparada. Así que seguimos viviendo con nuestros padres, seguimos aceptando trabajos por horas y seguimos buscando desesperadamente el trabajo de nuestros sueños, colocando ese objetivo por delante de cualquiera. Entonces, ser mujer, universitaria y en busca del primer empleo hacía prácticamente inalcanzable el acceso al mundo laboral.
Algunos afortunados conseguimos un puesto de trabajo, aunque no fuera el de nuestros sueños, y pudimos independizarnos, aunque nos ayudaran nuestros padres. Nos tragamos nuestra frustración y nos dimos con un canto en los dientes por haber abandonado el nido y tener trabajo fijo. Algunos de mis compañeros de facultad consiguieron el trabajo de sus sueños, en investigación, y son ahora mileuristas, con contratos de obra.
Ahora, esta generación que es también la del príncipe Felipe (aunque él no tuviera que competir para encontrar empleo ni hiciera cola en las oficinas del INEM) se acerca a la cuarentena. Yo me sigo sintiendo joven aunque sobradamente preparada, vamos, "desperdiciada" en mi trabajo. Y no deja de ser frustrante pensar que, de haber conseguido el trabajo que deseaba, aquél para el que me había preparado y con el que soñaba desde la infancia, ahora seguramente estaría compartiendo piso de alquiler, trabajando diez horas diarias, lamiendo el culo a los jefes de proyecto, rezando para que me renovasen el contrato y para que me tocase la lotería.
Claro que, también me pude haber quedado en Rusia.